Perdónenme la ausencia,
me estaba despidiendo.
Cantaba Elton John que
la palabra más difícil de decir era Perdón. Orgullosos del mundo,
estáis de enhorabuena, porque Elton John no tenía ni puta idea.
Mi padre solía decir
que llorar por los que ya no están es un acto de puro egoísmo. No
lloramos porque se hayan ido, sino porque los que nos quedamos en
tierra les vamos a echar de menos. ¡Menuda Gilipollez más grande!
Pensaba yo. Y sin embargo, cuánta razón.
Porque decir Adiós
implica eso, saber que vas a echar de menos. Que cuando pronuncies
las últimas palabras nada volverá a ser igual. Y comienzas a
dedicar todo tu tiempo a hacer acopio de momentos que guardarás con
especial recelo, porque son los últimos. Coleccionas largas
conversaciones, caricias, cogidas de mano y eternos silencios que
echan su propio pulso a un reloj que continua indómito su marcha
hacia el futuro. Y destierras a las musas.
O ellas deciden irse.
Y un día te encuentras
que llega el final, y no es épico, ni poético; ni siquiera es
silencioso. Y te toca despedirte, y quieres que las últimas palabras
sean épicas y poéticas, que signifiquen algo. Y lo único que se te
ocurre son los versos de la última canción que has estado
escuchando en tu Ipod "Buenas noches, ten un buen viaje".
Y entonces te engulle la
nada. Y en tu cabeza suenan los acordes de otra vieja canción. Te
preguntas si os vereis en el cielo, si dirá tu nombre y te cogerá
de la mano, si será lo mismo.
Pero como decía Eric,
los que nos quedamos tenemos que continuar, porque aún no
pertenecemos a ese lugar.
Así que con paciencia
aprendes a vivir tu nueva vida, que en realidad es igual que la de
antes pero con algunos matices: aprendes a hablar en pasado y a
convivir con el vacío que habita en tus entrañas.
Sin quererlo comienzas a
hablarle a una foto vieja, repites las manías que tanto odiabas y
acabas desempolvando viejos vinilos, que desempolvan viejos
recuerdos, que te hacen sonreír.
Y descubres que la vida
siguió. Y que mientras tú acabas de ordenar los 700 vinilos de tu
padre, la Reina de Mayo sigue buscando dónde comprar una escalera
que vaya al cielo.
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